¿Qué significa una 'transición justa' para América Latina?
El concepto, creado en la década de 1980, está siendo adoptado gradualmente por los gobiernos para hacer frente a la crisis climática.
Fermín Koop marzo 1, 2023
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Los trabajadores de la cuprífera estatal chilena CODELCO convocaron un paro nacional en junio pasado tras el anuncio del gobierno del cierre de una planta de fundición de cobre en Las Ventanas, en la zona central de Chile. El área es conocida como una de las "zonas de sacrificio" de Chile: áreas cercanas a industrias que degradan o contaminan el medio ambiente (Imagen: Claudio Abarca Sandoval / Alamy)
En Chile, la empresa estatal CODELCO, la mayor productora de cobre del mundo, anunció el año pasado el cierre de Ventanas, una planta de fundición en una de las zonas más contaminadas del país: Quintero, en la central Región de Valparaíso. La decisión de cerrar Ventanas siguió a un nuevo episodio de contaminación del aire que afectó a cientos de personas y obligó al cierre de escuelas. El presidente de Chile, Gabriel Boric, ha dicho que siente "vergüenza" por los niveles de degradación ambiental en la zona.
En respuesta al anuncio, los trabajadores de Ventanas convocaron una huelga, alegando que no habían sido consultados sobre el cierre, que según dijeron resultaría en la pérdida de empleos locales. Finalmente, tras días de tensión, acordaron poner fin a las protestas, cuando el gobierno se comprometió a brindar apoyo a los trabajadores que perderían frente al desempleo.
Lo que pasó en Chile se está repitiendo en toda América Latina. La transición hacia economías sostenibles que tienen bajas emisiones de gases de efecto invernadero está obligando a las industrias contaminantes a cambiar. Pero los expertos dicen que para evitar que aumenten las desigualdades, la forma en que esto se lleva a cabo es tan importante como su velocidad.
Los sindicatos y las organizaciones ambientales y sociales están promoviendo el concepto de una "transición justa" como una herramienta clave para garantizar que la transición hacia una economía climáticamente neutra se produzca de manera justa para todos. Aunque el concepto existe desde hace décadas, ha cobrado impulso en los últimos años, dada la urgencia que plantea la crisis climática.
“El concepto está ganando impulso”, dice Javiera Lecourt, coordinadora de incidencia del proyecto Transición Justa en América Latina. “La transición no es el destino, es el viaje. Se trata de cambiar las culturas de trabajo y las formas arraigadas de desarrollo. No va a suceder de la noche a la mañana. Hay personas que [trabajan en la industria minera] y no saben cómo hacer cualquier otra cosa".
Para la Organización Internacional del Trabajo (OIT), una transición justa significa "reverdecer la economía de una manera que sea lo más justa e inclusiva posible para todas las partes interesadas, creando oportunidades de trabajo decente y sin dejar a nadie atrás". Si bien esto capta la idea general, la definición varía entre países y sectores, y cada uno incorpora su propio punto de vista.
Así, para la Confederación Sindical de Trabajadores de las Américas (CSCA), que agrupa a 48 organizaciones de trabajadores de 21 países de la región, una transición justa significa cambiar el modelo de producción y consumo. "Tiene que haber una discusión fundamental en la que los trabajadores tienen que participar", dicen portavoces de la organización. “La transición justa se trata de crear un nuevo modelo económico”.
Los sindicatos en los Estados Unidos introdujeron el concepto de transición justa en la década de 1980. Al principio, se refería simplemente a un programa de apoyo a los trabajadores que perdieron su trabajo debido a las políticas de protección ambiental. Sin embargo, con el tiempo llegó a significar algo mucho más amplio: una transición gradual hacia empleos y economías sostenibles con el objetivo de no dejar a nadie atrás.
A medida que crecía la conciencia sobre la crisis climática, los sindicatos comenzaron a vincular la transición justa con la acción sobre el cambio climático. Comenzaron a hacer campaña para que el concepto se incluyera en acuerdos internacionales de la ONU, como el Acuerdo de París de 2015, que busca limitar el calentamiento global.
Tuvieron cierto éxito. En su preámbulo, el acuerdo reconoce "los imperativos de una transición justa de la fuerza laboral y la creación de trabajo decente y de calidad de acuerdo con las prioridades de desarrollo definidas a nivel nacional". Además, el concepto de transición justa está vinculado a 14 de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), un conjunto de metas adoptadas a nivel mundial en 2015.
No hay una receta única. Cada lugar necesita enfoques específicos para su transición justa
En el mismo año, la OIT también estableció un conjunto de lineamientos para una transición justa, luego de consultar con gobiernos, sindicatos y empresas. Estos establecen que la transición debe basarse en un sólido consenso social, respetando los derechos laborales y adecuando las políticas a la realidad de cada país y su economía.
Las organizaciones comunitarias y ambientales también establecieron sus propios lineamientos. Por ejemplo, el proyecto Transición Justa en América Latina hace un llamado a los gobiernos y las empresas para que brinden oportunidades para que los trabajadores se vuelvan a capacitar, diversifiquen su uso de la energía, compensen a los afectados negativamente por los cambios y tengan una conversación amplia en todos los niveles de sociedad.
"No existe una receta única para una transición justa", dice Catalina Gonda, coordinadora de políticas climáticas de la Fundación para el Medio Ambiente y los Recursos Naturales (FARN) de Argentina, una ONG. “Hay varias listas de principios pero es un concepto que tiene que ajustarse a las condiciones locales. Cada lugar necesita enfoques específicos para su transición justa”.
De todos los sectores económicos en transición, la energía está experimentando el mayor cambio. La energía representa casi la mitad de las emisiones de gases de efecto invernadero de América Latina. El petróleo, el gas y el carbón se utilizan en la generación de electricidad, el transporte y las industrias, lo que conlleva un coste ambiental asociado.
La transición energética se refiere a alejarse gradualmente de los combustibles fósiles como fuente de energía y reemplazarlos con fuentes de energía renovables como la eólica y la solar. Los expertos lo describen como un cambio significativo pero necesario para evitar un mayor aumento de la temperatura media mundial, que ya ha aumentado al menos 1,1 °C desde la Revolución Industrial.
Pero el cambio a las energías renovables no puede ocurrir de manera fortuita, según coinciden las organizaciones comunitarias y medioambientales y los sindicatos. Por eso piden una “transición energética justa”. Esto significa no solo desarrollar fuentes de energía más limpias, sino también un sistema que sea más justo y democrático y que tenga en cuenta los derechos de los trabajadores y las comunidades.
"El sector energético es uno de los [principales contribuyentes a] los conflictos ambientales y las violaciones de los derechos humanos y de la tierra", afirman Amigos de la Tierra, el grupo de campaña y TUCA en un informe de 2022. En ese sentido, advierten que no se deben repetir los mismos errores que se cometieron con los combustibles fósiles a medida que se desplieguen las energías renovables en América Latina.
En México y Brasil, los parques eólicos han enfrentado la oposición de las comunidades rurales donde se han instalado los proyectos, quienes afirman que no fueron consultados previamente. En Ecuador, la demanda de madera de balsa, uno de los principales materiales utilizados en la construcción de palas de aerogeneradores, ha aumentado la presión sobre los bosques de la Amazonía.
Las transiciones bien gestionadas hacia economías ambiental y socialmente sostenibles pueden impulsar la creación de empleo, mejorar la calidad del trabajo y reducir las desigualdades, dice la OIT. América Latina perdió 26 millones de empleos durante la pandemia de Covid-19. Esto se vio agravado por problemas preexistentes como la falta de empleo estable y la desigualdad.
Descarbonizar la economía de la región podría generar 15 millones de empleos netos, según un informe del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y la OIT. Si bien se perderían 7,5 millones de empleos, especialmente en el sector de los combustibles fósiles, debido al cambio a las energías renovables, se generarían 22,5 millones en energía solar y eólica, silvicultura y construcción, entre otras industrias.
Muchos de los trabajadores que perderían sus empleos podrían transferir sus habilidades a nuevas industrias, argumentan los autores del informe. Pero, para lograr esto, las empresas y los gobiernos deberán implementar programas de capacitación y establecer mecanismos de desarrollo de habilidades para apoyar a los trabajadores durante la transición.
Esto es especialmente importante para las ciudades y pueblos de América Latina cuyas economías dependen en gran medida de industrias contaminantes como los combustibles fósiles, dicen investigadores del Instituto Ambiental de Estocolmo (SEI) en Colombia. Diversificar la economía requerirá inversión, apoyo técnico y compromiso político, agregan.
Por ejemplo, en Argentina, miles de personas han emigrado a Vaca Muerta en busca de trabajo en la industria petrolera. La actividad económica en la provincia de Neuquén, en el oeste del país, gira en torno a la formación geológica que alberga algunos de los depósitos de gas de esquisto más grandes del mundo.
Jonatan Nuñez, investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) de Argentina, argumenta que la relación entre los empleos ganados y perdidos en la transición plantea interrogantes. "Lo que sucede en un sector no siempre es lo mismo en otro sector", dice. "Y los empleos no necesariamente se crean y se pierden en el mismo lugar".
Nuñez cree que América Latina debe usar la transición energética para reimaginar su lugar en el mundo. La región tiene importantes reservas de minerales que están en demanda a medida que los países se alejan de los combustibles fósiles, como el litio, que se utiliza en las baterías de los automóviles eléctricos. Pero si los minerales solo se extraen y exportan al extranjero, el potencial para crear nuevos puestos de trabajo será muy limitado, dice, en comparación con si los minerales se utilizaran en las industrias locales.
El concepto de una transición justa está comenzando a aparecer gradualmente en los documentos de política pública de los gobiernos latinoamericanos, dice José Vega Araujo, asistente de investigación de SEI en Colombia. “Pero todavía queda un largo camino por recorrer”, añade. “Cada país debe definir claramente lo que entiende por transición e incorporarlo en políticas concretas”.
Entre los 170 países a nivel mundial que ya han actualizado sus planes de acción globales contra el cambio climático, 65 (38%) se refieren a una transición justa, según un análisis de Naciones Unidas publicado el año pasado. En América Latina, la lista incluye a Argentina, Chile, Colombia, Costa Rica, Honduras, República Dominicana, Paraguay y Antigua y Barbuda.
En Chile, el gobierno de Boric creó la Oficina de Transición Justa Socio-Ecológica dentro del Ministerio del Medio Ambiente a fines del año pasado. El objetivo es alentar a las personas que viven en comunidades con industrias contaminantes a involucrarse con el sector privado y el estado para avanzar hacia una economía sostenible, dijo el ministerio en un comunicado.
Para ello, trabaja en planes de transición para las denominadas zonas de sacrificio, ciudades o pueblos cuya calidad de vida y medio ambiente se han visto afectadas por la actividad industrial. El término, creado por organizaciones de la sociedad civil, se refiere a los impactos no solo de la industria del carbón, sino también del cobre, el cemento y los químicos, entre otros.
En la conferencia sobre cambio climático COP27 en Egipto en noviembre pasado, Colombia anunció su hoja de ruta hacia una transición energética justa. El gobierno del país, encabezado por Gustavo Petro, buscará reemplazar los combustibles fósiles por fuentes de energía renovables con base en los principios de “equidad, gradualidad y participación comunitaria”, según un documento presentado en la cumbre.
Como la segunda exportación más grande del país, el carbón es el mineral más importante de la economía colombiana y sustenta más de 130.000 puestos de trabajo. El gobierno ha asegurado al sector que estos no están en riesgo, ya que la transición será gradual y los sectores del turismo y la agricultura podrán absorber a los desempleados de la industria del carbón. Según Petro, a Colombia le queda una década de exportaciones de combustibles fósiles.
Los sindicatos y movimientos sociales y ambientales de América Latina reconocen que la transición ya se está dando en la mayoría de los países de la región. Sin embargo, creen que todavía hay tiempo para dar forma a cómo se lleva a cabo, y piden a los gobiernos y las industrias que inicien un diálogo para encontrar un terreno común para la mejor manera de avanzar de la manera más exclusiva posible.
"Limpiar las industrias contaminantes en aras de una transición energética no tiene por qué significar crear nuevas desigualdades o profundizar las ya existentes", dice Gonda. "Todos necesitan un asiento en la mesa para discutir lo que significa para ellos una transición justa, considerando las necesidades específicas de cada sector, desde las comunidades hasta las industrias y los gobiernos".
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15 millones Leer más: Leer más: Fermín KoopFermín Koop es editor para América Latina de Diálogo Chino (El Cono Sur), con sede en Buenos Aires. Twitter @ferminkoop